Artículo principal - Edición Nº 230 - Julio de 2001
David Castro Marín
En los años de mi infancia, allá por 1930, los caminos y calles de Escazú eran casi todos de tierra y solamente del puente Los Anonos al puente Las Lajas —límite entre Escazú y Santa Ana— y del cruce de San Rafael al centro de Escazú, eran de *macadán.
Del actual centro comercial La Paco hacia el norte, camino a Guachipelín, había unos quinientos metros de calle empedrada que llegaba hasta el trapiche de don Tobías Chaves Herrera. Las principales calles del centro también estaban empedradas, mediante un trabajo cuidadoso y artesanal de nuestros abuelos.
La antigua plaza —actual parque— estaba rodeada por unos enormes árboles de higuerón y otros de gavilia, cuya generosa sombra brindaban alivio en los calurosos días de verano.
Un hermoso kiosco, ubicado en el lado norte de la plaza, era el sitio donde la filarmonía de Escazú ofrecía las retretas los domingos por la tarde.
Por ese tiempo la mayoría de las casas eran de adobes y bajareque y algunas de madera, techadas con teja de barro y con pisos de tierra, los cuales se barrían con escobas de millo o se hacía una escoba de lechugilla.
Recuerdo que en ese entonces solo había cañería y luz eléctrica en el centro del cantón. La gente que vivía más lejos tenía que alumbrarse con candela, canfinera o alguna lámpara, mientras que el agua para el uso doméstico se jalaba de los ríos, y las mujeres lavaban la ropa allí mismo, pues el agua era muy limpia.
Casi todas las casas tenían un fogón de barro, con unos tinamastes bien hechos de tajo, en el cual se sentaban unas plantillas de hierro o se fabricaban con aros de carreta.
A lar par del fogón se ponía un poste de madera bien macizo, y sobre éste una tabla donde se colocaba la máquina para moler el maíz para las tortillas, donde no podía faltar el comal, la cazuela y algunas ollas de barro, lo mismo que el horno para asar el pan y el bizcocho y alguna olla con picadillo de chayote con carne y chicasquil.
La gente de campo casi siempre contaba con su yunta de bueyes para los trabajos de la casa, su vaca para la leche del gasto, su bestia y sin faltar los compañeros del hombre: el perro y el gato.
En las casas donde no contaban con luz eléctrica, apenas oscurecía la gente rezaba el rosario y seguidamente se iban a dormir, para otro día levantarse muy temprano.
A las tres de la mañana las personas adultas ya estaban levantadas. Los hombres preparando las herramientas para su trabajo: la yunta de bueyes para ir a traer leña o caña de azúcar para moler y elaborar el dulce del gasto y para la venta. Otros alistaban su machete para ir a desyerbar caña, maíz o frijoles, o la changa que se ocupaba para eliminar la yerba del arroz.
Mientras tanto, las mujeres prendían el fuego para calentar el agua para el café, el agua dulce y los frijoles para el almuerzo.
El almuerzo —que era envuelto en hojas de plátano verde— consistía en unas tortillas grandes llamadas comaleras, sobre las que se ponía una porción de arroz, frijoles y un huevo duro, que se colocaba en una alforja de mecate con su botella de agua dulce y un terrón de dulce para comer con agua, pues tampoco faltaba el calabacito con ese líquido.
En muchas formas esos tiempos eran mucho más bonitos que los de ahora. Nunca olvido los conjuntillos de guitarra con vandolina, violín y marimba que eran contratados para las fiestas de novios, donde había comida en cantidad, sobre todo el pan casero y el bizcocho, que lo hacían tan rico.
Durante las fiestas patronales siempre participaban los payasos —como se le ha llamado a la mascarada— dirigidos por su creador Pedro Arias Zúñiga, los cuales divertían a grandes y chicos, y los juegos de pólvora, elaborados por el señor Rubén Agüero y sus dos hijos: Aníbal y Abel.
La mascarada bailaba al son de la filarmonía de Escazú, dirigida por el recordado profesor don Benjamín Herrera Angulo e integrada por músicos como: Sétimo Monge, los hermanos Aniceto y Zenón Bermúdez, Alberto Azofeifa (Manuz), Víctor Madrigal, Ricardo Marín, Rogelio Monge, Víctor Castro (Negro Sara), los hermanos Ramiro y Luis Aguilar, Hilario Mendoza, Genaro Castro, Juan Castro (Carrión), Peoquinto Carranza, etc.
Una o dos semanas antes de las fiestas patronales se acostumbraba hacer el denominado turno patronal, que servía para sufragar los gastos de la fiesta patronal, el 29 de setiembre.
Ese turno se realizaba en un gran galerón que estaba ubicado en el lado sur del templo, con sus respectivas mesas y bancas, donde las mujeres preparaban unas grandes ollas de picadillo, pozol, sopa de mondongo, tortillas —las cuales no faltaban en la mesa—, pan dulce casero y bizcocho, todo asado en los hornos de barro que tenían casi todas las casas.
No se me olvida unos muchachos llamados Adán Guadamuz y Marcial González, quienes vestidos de payasillos, andaban por las casas cantando con guitarra y vandolina, y recitando poesías, con el propósito de recolectar fondos para los gastos de la fiesta patronal.
Continúa en Memorias de antaño (2º parte)
- Macadán: Revestimiento de una calzada hecho con piedra machacada y arena, que se aglomera mediante rodillos compresores.
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