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Artículo principal - Edición No. 312 - Junio de 2014
Tomado del periódico El Ferrocarril
4 de octubre de 1878
El deseo de aspirar el delicioso aroma de los campos obligan al ciudadano a salir, muchas veces, sin giro determinado en busca de gratas impresiones que brinda la naturaleza con sus caprichos y sus galas.
Érase el domingo 15 de setiembre: convidé al amigo N. y nos dirigimos a La Sabana que es el recreo único de la capital; cual nos vimos para atravesar la calle de la ciudad al panteón: el fango estaba por toneladas y nuestras bestias se fatigaban algún tanto en un trecho tan corto, después de haber tomado algunos sorbos de lodo, ¡qué anomalía!, nos decíamos, una tan hermosa acera al lado de un camino, si puede llamarse así ese lodazal tan hondo y peligroso.
Llegamos a la Mata Redonda, como la llama mi compañero y me preguntó si sabía del proyecto famoso de establecer en aquella hermosa planicie una ciudad, lo que me pareció una mala idea bajo el concepto de que todas las poblaciones de alguna consideración necesitan de esos campos abiertos que sirvan de recreo y de solaz a sus habitadores.
Después que llegamos al extremo dirigiendo la vista a esa encrespada montaña que se mira hacia el sur, interrogué a mi amigo qué nombre tenía y si había alguna aldea o caserío al pie, me dijo que la nombraban Carácas o Piedra Blanca y que estaba la Villa de Escasú a su base, ¿está lejos? –dista una media hora de camino– vamos allá, quiero conocer.
Continuamos nuestro viaje, observé la dureza del terreno sobre que íbamos, y me maravillaba la feracidad que contenía al ver aquellos hermosos y bien formados plantíos de café que se hallan a la derecha, lo mismo que el que a la izquierda están concluyendo de formar entre el follaje de aquel extenso potrero; si bien de vez en cuando el riesgo que corría de romperme una pierna, me privaba de recrearme en esos bellos campos cultivados.
Proseguimos, cuando en eso mi compañero me llamó la atención diciéndome: aquel es el proyectado camino que está trazado entre Escasú y San José: unos cuantos miles de pesos se han invertido ya, y la obra está en veremos. El S. Gobierno donó un magnífico puente de hierro: los escasuceños se sacrificaron para colocarlo y ha quedado burlado porque el camino no se lleva a efecto.
Y ¿cómo? ¿Pues no tienen colocado el puente? –Sí, pero Ud. bien sabe que los pueblos a proporción que son más dóciles y más sencillos, sirven de instrumento, y de pábulo a ciertas autoridades que se gozan en burlarse de ellos y en sacrificarlos a su antojo. Le probaré esta verdad: ¿ve Ud. ese puente que vamos a pasar? Es el de “Los Anonos” que debiera llamarse el de “Los Bobos” –Ve Ud. aquel bastión?, pues bien aquí tres distintas veces han hecho trabajar al pueblo en tres distintos puentes…
–Espera, espera hombre, ¿cómo te atreves a pasar montado? ¿No ves ese animal que se resiste?
Un frío glacial se apoderó de mi al vernos colocados a una altura de 40 a 50 pies pues sobre un mal puente sin parapeto ni dique de ninguna especie que pudiera favorecernos; nos desmontamos y pasamos nuestras bestias de diestro que estaban espantadas al verse en aquel formal precipicio.
Pues bien, aquí se van construyendo ya tres puentes a costa de este pueblo vecino, los han esquilmado como han querido, han perdido dinero y trabajo, ha habido puente que antes de concluirlo se ha desmoronado al río, pues como Ud. sabe en todas partes hay ingenieros adocenados y en Costa Rica es donde se hace fortuna en esa profesión, basta decir ego sum y ya se tiene un consumado inteligente; aquí han aglomerado los vecinos piedra canteada, cal, y cuando han visto es que la trasladan a otra parte, sin que el pueblo sepa de orden de quien ni en qué concepto y las cuentas al cielo, y aun dinero en caja para la misma obra, se ha ido lo mismo que la piedra.
–¿De suerte que ahora es el cuarto impulso?
–Cabal, pero ya el pueblo ha perdido la fe, la confianza, y ese es un verdadero mal, pues cuando se sustraen y malgastan los fondos a vista y paciencia de todos sin tener derecho a decir media palabra, los pueblos se retraen y niegan su contingente.
En esta conversación pasamos un trecho de camino pésimo, enteramente descuidado, sin desagües y con arroyos de agua por él, que día por día lo inutilizan más; grandes trechos de calzada deshechos, y en fin, próximo a que sea motivo justo de clausura de relaciones.
Arribamos a la villa con regular barro encima y nuestras cabalgaduras con un color especial que no era propio de ellas, tenían unas diez manos de pintura térrea a la acuarela.
Casas a la antigua como las de Cartago en sus arrabales, despertaron más mi curiosidad: mas allá una que otra de aspecto moderno pero de mal gusto, se mal delineaban en las primeras tortuosas calles de la población: algunas piedras regulares convidan al geólogo a un estudio y al policía a removerlas. En fin, llegamos donde Fidel; cruzamos en dirección a la plaza y aquí fue Troya, caímos a un fango que mejor será no describirlo, pues si él circulara la villa, sería un foso formal inexpugnable.
(Continuará) M. Alonso
Notas del presente artículo:
- Con excepción del nombre “Escasú”, la ortografía de algunas palabras se modificaron al español moderno.
- En la foto de portada se observa una línea férrea que era del tranvía que existía en esa época y que pasaba por La Sabana.
- La segunda parte de este artículo de momento no se encuentra disponible en los archivos del Sistema Nacional de Bibliotecas (SINABI).
Ver edición impresa virtual (20 páginas)
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2 comentarios:
Primero: el nombre histórico del cantón y de la población de San Miguel es, en efecto, EscaSú, con "s" y no con "z". Ese cambio de grafía sin fundamento alguno, fue sugerido por un cura párroco extranjero y ocurrente, que logró imponerlo con el beneplácito de los vecinos serviles allá por los años cuarenta del siglo pasado. De entonces data la hipótesis -es decir, la proposición no probada- del origen huetar de dicho nombre, algo imposible de probar hoy por la escasa información disponible sobre esa lengua.
Segundo: la línea original del tranvía, de 1899, llegaba al Llano de la Mataredonda. Fue con la construcción del Hipódromo y del llamado Lago de los Niños, al extremo suroeste de ese gran predio, que se extendió dicha línea a hasta la Boca de La Sabana, o sea, donde el llano desembocaba hacia la cuesta de Los Anonos. Ahí, frente a la actual Escuela Bachiller Osejo, se estableció la estación final del tranvía, algo que aprovechó la familia Villalobos -cuya finca se encontraba donde estuvo el colegio La Salle y hoy está el MAG- para establecer una caballeriza que guardara las bestias de aquellos que, viniendo del suroeste josefino -Escasú, Santa Ana, Pacaca y Puriscal- fueran a tomar el tranvía hasta la ciudad. Los escasuseños de a pie, por supuesto, llegaban a pie también a esa estación para hacer uso del revolucionario medio de transporte.
Tercero: como el comentario es fechado en 1878 y posiblemente el viaje fuera ese o el año anterior, el autor no pudo ver ni utilizar un tranvía que no existía; y en cambio, tuvo que transitar uno de aquellos viejos caminos de barro en invierno y polvo en verano que eran usuales en el Valle Central.
Cuarto: nótese que el autor y su acompañante no salieron de San José por la Calle de La Sabana -luego de 1915, Paseo de Colón- que tenía apenas mejores condiciones, sino por la Calle del Panteón o cementerio -hoy avenida 10 o San Martín-, vía por la que el macizo de los Cerros de Escasú se visibiliza muy antes de lo que lo hace por la otra vía, que era la usual para salir de la ciudad hacia el suroeste.
Quinto; el autor de estas notas, a pesar de dedicarse a la investigación histórica, no ha visto nunca en otro documento el nombre Carácas para designar el cerro Pico Blanco o de la Piedra Blanca... habrá que buscarlo pues.
(Publicado originalmente el 25/07/14)
Hola Andrés, muchas gracias por sus acertados e interesantes aportes históricos! Con respecto al punto tercero: En efecto, la foto es 31 años posterior al artículo (1909) y fue lo más alusivo y cercano que encontramos para ilustrarlo, pero su aclaración es muy importante. Saludos
(Publicado originalmente el 26/07/14)
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