15 de marzo de 2012

En Escasú es donde más conservan las fiestas su sabor criollo

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Artículo principal - Edición No. 303 - Marzo de 2012

Tomado del Diario de Costa Rica
17 de septiembre de 1940

Allá, a lo lejos, en las faldas de los cerros de la Piedra Blanca; en los vallecillos multicolores, rivalizan los maizales, los cañaverales; los potreros y los frijolares, en el arte mágico de matizar el fondo del paisaje con los mil tonos del verde.

El paisaje es animado por el reverberar deslumbrante del sol, por tenues nubecillas que, asomando entre los riscos, acusan el escondite de juguetonas y cantarinas aguas de manantial. Leves espiras de humo se cuelan por entre las pajas con que están techadas las chozas dispersas al azar, perseguidas por los caminillos que serpentean sin respeto a las reglas que los civilizados se imponen para hacerse la vida incómoda en las ciudades, tratando de poner en líneas rectas la que solo debería obedecer a la suprema geometría de la Naturaleza.

Distínguense caminos rojos, más formales, que surcan las laderas y allá, cerrando el horizonte, que no es vasto por ser bello, yérguense los cerros que coronan el encanto de una tierra dulce, fresca, alegre, vigorosa...

Brilla el sol esplendoroso. Es domingo y el pueblo está de fiesta. Desde San Antonio bajan alegres grupos de campesinos que lucen trajes de vivos y llamativos colores. Charlan regocijados alrededor del asunto que los trae al pueblo y tejen un programa de ilusiones para todo el día. Vienen al turno de San Miguel, Santo Patrono de Escasú.

Y la fiesta arranca de EL TOPE, ¡el número inicial, imprescindible, necesario! Es la nota sobresaliente del turno de San Miguel, escena de sabor profundamente tico, de cautivadora sencillez, de emocionante belleza. Ante el espectáculo, el espíritu se desnuda de preocupaciones, desanda las edades y se coloca en los tiempos de aquella vida, feliz y apacible de nuestros abuelos.

Es la hora de EL TOPE. El turno es para recaudar los dineros que han de aplicarse a honrar, en la medida del entusiasmo, del fervor católico y de la generosidad de los escasuceños, al Santo Patrono San Miguel. Hay afán de superación: boyeros apuestos, luciendo sus trajes de gala; yuntas de fornidos bueyes que exhiben pacientemente las vastas manchas de sus pieles, el lujo de arte folklórico con que han sido decorados su yugo y su carreta, repujadas las fajas y alisados los barzones, van llegando de San Antonio, de San Rafael, del Centro con sus carretadas de leña bien seca y cortada; cargada con gusto, sin nudos ni vanos.

De antemano se ha señalado el sitio que han de ocupar las carretas de los diversos barrios y se ha determinado el punto de arranque del típico y hermoso desfile. Ya representa el señor Cura con sus ayudantes y seguido de una multitud que va encabezada por el Santo Patrono, llevado por varones cuya reverente actitud no desdice de su hombredad, de su elegancia o de su riqueza.

Se abre la marcha: lindas muchachas campesinas en compañía de señoritas principales, alardeando, sin estudio, de su belleza y de sus graciosos trajes, imparten sonrisas ingenuas, celebran los óbolos que van cayendo en las bandejas, espontáneamente, placenteramente, y son recompensadas de inmediato por las palabras de gratitud y de bendición que brotan de los labios del señor Cura o de los recolectores auxiliares.

He aquí un primer donante, un segundo, un décimo, un número 30, el número 65... Un joven que guía su yunta de alazanes con lazos de cinta roja en los cuernos; otro, de sombrero de paja típico risueño; aquel deja caer un billete en el azafate y pasa con su carretada de leña; este otro no da dinero, pero saluda a la concurrencia y señala la punta del CACHO en que uno de los bueyes es portador de un billete, no sabemos sí de cinco, diez o cincuenta colones; aquel con sus MAISOLES de enhiestas astas; el que sigue con una yunta de novillos que apenas se están amansando; uno que sobre la cumbre de su torre de leña trae montadas unas gallinas y un chiquillo para que las cuide; ese de más allá, trae una tuca de madera para aserrar o un palo de leña en bruto, de montaña.

Entre exclamaciones de alegría, aplausos para los donantes, se inicia la procesión. Trepida el suelo bajo el peso de las carretas; golpean las ruedas el empedrado colonial de las calles y semeja el ruido continuado un presuroso rodar de baterías que se disponen a entrar en combate. Rompen los aires los alborozantes acordes de una marcha ejecutada por la banda del lugar, y la música pareciera propicia al enardecimiento de un ejército henchido de furor guerrero... Mas no. Que esto es una explosión de entusiasmo y de alegría de un pueblo feliz, que enardece su patriotismo pero no para encauzarlo hacia la destrucción de la humanidad sino para sublimarlo en amor efectivo a su tierra, a su religión, a todo lo que es parte de su alma y alimento de su cuerpo.

Los aires se pueblan de ruido, de aromas venidos de la montaña, de música, y el eco repercute sin cesar produciendo en fantástico y jubiloso conjunto, la sensación de una inconfundible vida democrática, libre, sencilla, donde el aire es igual para todos; donde la alegría no es patrimonio de los escogidos; donde el amor es religión, porque solo él liga y RELIGA los corazones; donde la tierra, en amable consorcio con el hombre, da al hombre la vida precisamente porque él la acaricia y la riega con el sudor de su frente, haciéndose digno de la voluntad del Creador.

Todo es jolgorio. Se ha detenido la caravana que ya es cerco compacto alrededor de la plaza de Escasú. San Miguel y sus filiales de los pueblos vecinos han terminado su misión en la calle y entrando en su templo. Ya se oyen las marimbas que alternan en sus ejecuciones musicales con la banda, con las guitarras y los acordeones; ya se va a empezar el remate de la leña y se preparan las mil rifas que han de verificarse en todo el día; el restorán provisto de exquisitas viandas espera entrar en funciones, útiles a los visitantes y provechosas para San Miguel.

Y continuó el desfile de carretas, el desfile maravilloso de ese pueblo libre, inteligente, profundamente religioso, que sabe dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

Nota: En esa época Escazú se escribía con “S”, por lo que se respeta la ortografía original




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