15 de abril de 2001

Las pozas de los años cuarenta

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Otrora los ríos eran limpios y cristalinos.


Artículo principal - Edición Nº 227 - Abril de 2001

Luis Gómez Cucalón

Todos soñábamos, dormidos y despiertos, con ilusiones, esperanzas, embelesos preñados de furtivas y traviesas miradas puestas en los rojizos y redondeados cuerpos y en los sonrientes y sonrosados rostros de las chiquillas que visitaban las pozas de ese lejano entonces.

Había una “barra” de muchachos, entre los que recuerdo a: Toño Ríos, Edgar (Güilo) Ríos, Nano Ramírez, Palín Herrera, Melcito Zúñiga, Víctor E. Protti, Palancito Angulo, Carlitos (Zurdo) Arias, Arnoldo Roldán, Rodrigo (Totoyo) Hernández —quien se malogró, porque por su buen pulso con piedras y flechas de hule hubiera llegado a ser campeón de tiro al blanco— y Edmundo Herrera —quien presumiendo con sus inseparables calabazos nos daba gran envidia—.

Todos ellos, junto a otros más, hacíamos las delicias del chapuzón en las pozas de esos hilos de plata cristalinos como el ámbar, que durante siglos regaron y refrescaron nuestras campiñas y que lastimosamente hoy se han convertido en recipientes y conductores de basura y desechos malolientes.

Entre las pozas famosas del Escazú de los años cuarentas, recuerdo una fresca y deliciosa poza en la quebrada Las Herrera. Había también otra muy linda y cristalina, localizada por la calle del Llano, antes del puente, sobre el río Agres o San Rafael.

Me acuerdo de una poza que se encontraba al fondo de la propiedad del finado don Rafael Angulo —quien fue mayordomo vitalicio de la Iglesia de Escazú—, contaba con dos enormes piedras, una a cada lado.

Otras que puedo mencionar son: la poza del Guapinol, esplayada y serenita; la de Genaro, toda cubierta de frondosas cepas de caña hueca a ambos lados de la misma, en donde el sol casi no lograba penetrar sus rayos, pero era ancha, linda y serena.

Precisamente fue en esa última poza donde yo aprendí a nadar, gracias a que el hoy fotógrafo de oficio, don Rodrigo Hernández (Totoyo), me diera un rempujón estando descuidado y que a Dios gracias logré llegar nadando hasta la orilla, aunque fuera como un perro, lo cual me sirvió para perderle el miedo al agua por el resto de mi vida. Las últimas tres pozas mencionadas, se encontraban en el río Chiquero.

Había una poza que llamábamos la de don Miguel, y que se encontraba a unos 75 metros al norte del puente que está en la calle cercana al abastecedor La Violeta, a un lado de un trapiche que existió en esa época y que pertenecía a don Miguel Ramírez, donde después de bañarnos íbamos a saborear espumas y puntos calientitos, y que el viejo bigotudo y bonachón nunca nos negó.

A cada lado de esa poza había unos enormes higuerones desde donde nos lanzábamos de cabeza, y en más de una ocasión no faltó quien se rompiera la frente al tirarse desde las ramas más altas.

Más al norte, estaba la poza del Calicanto, ancha, serena y poco profunda, refrescada por una tupida arboleda, y la que llegué a conocer por primera vez cuando estando en cuarto grado de escuela, el queridísimo e inolvidable maestro don Antonio Chaves Ramírez a menudo nos llevaba a estudiar al potrero del Convento, que estaba rodeado por un guayabal.

Adentrándose como un kilómetro al norte de donde se cruza la carretera de Santa Ana con el río, estaba la famosa poza del Piñal, nombre del cual nunca supe su origen y a la que en broma algunos llamaban Costa Rica Piñal Club, esta poza era larga, profunda y transparente, con fondo de piedras de laja.

Más abajo se encontraba la poza de Las Pailas, llamada así por estar formada por dos enormes boquerones como de ocho metros de diámetro cada uno, y a la que siempre le tuve miedo por haber visto culebras en más de una ocasión en sus cercanías. Las pozas citadas anteriormente se encontraban en el río La Cruz.

En el río Convento sólo recuerdo una poza larga, tranquila y muy limpia, debajo del puente que cruza la carretera a Santa Ana.

Todas estas pozas llenaron una etapa de nuestra vida, y estoy seguro que mujeres y hombres tan viejos como yo, guardan lejanos pero especiales recuerdos de ellas, encajados en las aún vivientes, pero marchitas venas de nuestra amada tierra.

Correción de estilo: Marco Antonio Roldán




Una reflexión

Marco Antonio Roldán

Al leer este artículo de “las pozas de los años cuarentas”, los más jóvenes nos podemos dar cuenta, por medio de la descripción que nos hace don Luis Gómez, de lo diferente que eran los tiempos de antaño.

La humanidad nunca más podrá vivir algo igual. No existe parangón. El precio que debemos pagar por vivir en esta era de avanzada tecnología es demasiado caro.

Mientras los jóvenes de hoy malgastan su tiempo frente a un televisor, inundando sus mentes de mensajes negativos, los de ayer lo hacían al aire libre, en un contacto entrañable con la naturaleza: refrescando sus cuerpos en esas aguas cristalinas que eran como un regalo del cielo y donde se podían encontrar diferentes formas de vida acuática: peces (barbudos, aluminas), cangrejos y ranas.

Ellos corrían con entera libertad con sus pies descalzos por los potreros, subiéndose a los árboles y recogiendo guayabas, limones, jocotes y otras variedades de frutas.

Sus sentidos se enriquecían con el aire fresco y puro, con el rocío de las flores, con el verdor abundante de las plantas, con el cantar de los pajaritos, con el sonido de los grillos o con el susurro del viento en las copas de los árboles.

Un sentimiento de nostalgia invade a quien escribe esto, por haber nacido en una época equivocada, donde se ha ido destruyendo lo que forma parte insustituible de nuestra propia esencia.

3 comentarios:

Ana Violeta dijo...

Buenos días Marco Antonio, me ha encantado leer tantos temas sobre Escazú, ya que me abuelito materno era de ahí, su nombre era Leonidas Roldán Capurro. He estado investigando sobre la familia, y he llegado hasta el siglo XVIII, y sobre el primero que llegó a Escazú, quien ya en 1835 vivía ahí, y es el ascendiente de todos los escazuceños apellido Roldán. Siga adelante con estos temas tan interesantes, y si sabe algo sobre la genealogía de los Roldán, le agradecería que me los hiciera llegar.

El Informador de Escazú dijo...

Hola Ana Violeta: Más bien creo que el segundo apellido de su abuelito era Capuro y probablemente era hermano de Jeremías Roldán Capuro (Michas), al cual le dedicamos un artículo completo titulado “Michas” y que lo puede leer en la sección de Gente y personajes de nuestro sitio. También se le olvidó poner su dirección de correo en caso que quisiera comunicarme. Muchas gracias.

Marco Antonio Roldán

Luis Anchia dijo...

En este día me encontré esta pagina que dice y enseña sola buenas cosas de mi querido pueblo de Escazú bueno yo soy nací y criador este pueblo tan lindo estudie en la Escuela República de Venezuela y el Liceo de Escazú me acuerdo de la poza del piñal mi padre era del pueblo bueno a el lo conocían por el apodo de caraca y ami abuelo por charal nosotros vivimos 200 metros sur de la pulperia la violeta las familias que recuerdo son los Castro los Rojas y los Delgado y los famosos ratones los felicito por estas publicaciones de mi querido pueblo

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