15 de mayo de 1998

Un sueño de 1924

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El viejo kiosco de la plaza alrededor de 1930.


La antigua Escuela de Escazú en el año 1924.


Artículo principal - Edición Nº 193 - Mayo de 1998

Marco Antonio Roldán

En la tranquilidad de la noche arrecosté mi cabeza sobre la almohada, y en pocos minutos caí en un profundo sueño. Empezaron a aparecer imágenes que me hacían sentir en otra época. En vez de haber nacido en 1967, había llegado a este mundo en 1893; todo ello formaba parte de un sueño, pero que era muy real.

De pronto, aparecí en el parque de Escazú, pero, ¿qué extraño?, no era el parque que yo conocía, era más bien una plaza de fútbol. Pude ver un kiosco en el lado norte de la misma, así como unos enormes árboles de higuerón y poyos donde se sienta la gente, a su alrededor.

En un momento dado se me acercó un señor bajo de bigote, vestido con traje entero, y me dijo: ¿Le puedo ayudar en algo? Claro que sí —le respondí— necesito saber que fecha es hoy. Hoy es martes 25 —me dijo—. Como necesitaba saber también en que mes estábamos, le pregunté disimuladamente: ¿Cuántos días tiene este mes? Y él me contestó: Treinta, sí, abril tiene 30 días.

Ahora bien, para averiguar el año se me ocurrió preguntarle: ¿Cuántos años de independencia cumple la patria el próximo 15 de septiembre? Y su respuesta fue: ciento tres, ¿recuerda, que en 1921 se celebró el centenario? Bueno, —me dije— ya tengo despejada la duda: hoy es 25 de abril de 1924.

¿Y como se llama usted? —le pregunté—. Mi nombre es Benjamín Herrera, y soy el director de esta escuela (dirigiendo su mano hacia una estructura de adobes ubicada frente al costado sur de la plaza.)

Luego de conversar un rato con él, me puse a caminar. Atravesé la plaza y llegué al frente de la iglesia, pero, ¿qué raro?, parecía una iglesia sin terminar, pues le faltaba la torre.

De repente, salió del templo un señor con sotana, y le pregunté: ¿Es usted el cura de este lugar? Sí señor, mi nombre es Leoncio Piedra. Sáqueme de una duda —le dije— ¿esta iglesia está sin terminar? No —me respondió— lo que pasa es que con los fuertes temblores de marzo una parte de la torre se vino abajo y hasta los ángeles se cayeron, por lo que hubo que derribarla totalmente, para levantar una nueva. Bueno, muchas gracias, y me despedí del sacerdote.

Luego, me quedé parado en la plaza, admirando toda la tranquilidad y belleza del pasado, ¿estaré soñando?, me preguntaba a cada momento, pues sentía como si realmente estuviera allí.

Curiosamente, las gallinas andaban por las calles del centro sin temor de que un auto las arrollara. Vi pasar una carreta cargada de leña con el inconfundible sonido que producen sus ruedas. En este lugar parecía que no existía la contaminación, pues se respiraba un aire muy puro.

Me llamó mucho la atención las calles empedradas, ¡que bonitas se veían!, así como las casas de adobes que había en los alrededores de la plaza. Aaah… ¡me gustaría quedarme aquí! —dije— y pensé el precio que tenemos que pagar por vivir en un mundo de comodidades y adelantos tecnológicos es bastante caro.

Pues bien, dejé de suspirar y me puse a observar a un niño que estaba jugando trompo en la plaza. Oye niño —le dije— ¿Cómo te llamás? Alvar. ¿Y de qué apellido?, volví a preguntar. Macís, pero con “c” —me contestó—. ¿Y cuántos años tienes? Ocho, me dijo.

El niño, muy entretenido con su trompo, me pidió que si le podía regalar un cinco, y yo le dije: tomá este billete de cien colones que ando aquí, y el muchacho se quedó observándolo detenidamente, y dijo: ¡Lástima!, es de otro país. No niño —le dije— este billete es de Costa Rica, fíjate bien y verás. Es cierto —repuso el menor— trae una foto del presidente Jiménez (En eso recordé que don Ricardo Jiménez Oreamuno había sido presidente de la República en 1924.)

Sin darme cuenta, sentí como que me fui en un guindo y me desperté. Me fijé en el calendario que estaba a un lado de la cama, para asegurarme que estaba en 1998.

Recordé todos los detalles del sueño, y luego de examinarlos minuciosamente, llegué a la conclusión de que todo lo que soñé estaba acorde con la realidad.

Había viajado en un sueño a la época de mis abuelos. Sentí nostalgia, a pesar de que nunca viví esos tiempos, y volví a arrecostar la cabeza sobre la almohada, para ver si volvía a soñar.

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